domingo, 25 de septiembre de 2011

La nueva novela americana.


Hace ya varios lustros que el mainstream norteamericano tiró la toalla en cuanto a vender contenidos en el cine. Desde la oleada de directores, guionistas o fotógrafos exiliados del viejo continente  durante la década del 30 y del 40, que nutrieron a Hollywood de un brillo virtuoso que combinaba espectáculo con historias y personajes en un esplendor lúcido difícilmente repetible. Una simbiosis seria y elegante, que regaló obras que son la biblia actual para cualquiera que se acerca tímidamente al séptimo arte.
Esta decadencia se vio interrumpida durante la década de los 70’s, cuando un puñado de directores, (Scorsese, Coppola, De Palma) influenciados por el aire renovador de la novelle vague francesa, deciden romper algunos esquemas censuradores establecidos por el código hayes post guerra y nos regalan algunos de las mejores piezas del cine contemporáneo, como el Padrino, Taxi Driver o El Francotirador.

De ahí en más, el cine comercial gringo se fue a un desfiladero acorde con las políticas conservadoras imperantes, donde los guiones penaban en pobreza. Flora y nata para entretenimiento cortesía de los Stallone, los Van Damme o de un austríaco republicano que hoy oficia de gobernador.
Para no ser injustos con un cine de acción de calidad que se hizo en aquellos años (Walter Hill o John McTierman merecen un mejor trato), lo que vino después, es de una tragedia supina. Hollywood es hoy una fábrica de películas que nacen de video juegos, y por sobre todo de remakes. Un hervidero atosigante de remakes. Si hasta el bueno de Werner Herzog cayó en esa trampa de dólares con resultados innecesarios. Y en este mundo cinematográfico comercial, dos son los zombies que comen cerebros por miles: Michael Bay y Jerry Bruckheimer.

Por suerte, no todo es una nube negra de tonteras en las tierras del tío Sam. Para pensar que la desidia intelectual gringa no es una marca registrada, la televisión de ese país ha sacado la cara por historias con contenido. Más específicamente, la televisión por cable.
Sabido es que las grandes cadenas de USA explotan las sitcom para atraer al cada vez más esquivo espectador, sujeto a la oferta que da internet, y eventualmente sorprenden con algún producto “diferente”, como es el caso de Lost, 24 o Prison Break.
Pero es en la televisión pagada donde las muestras de que las buenas ideas y los grandes artesanos, solo estaban aguardando su momento.
Fue HBO con Los Sopranos la que dió el primer golpe. Si en la novela de Mario Puzo, el capo de la familia Corleone, Vito, se mostraba como un ser omnipresente, sabio, astuto y brutal, en la serie creada por David Chase, su protagonista, Tony Soprano es en cambio, un Don con crisis de pánico, lleno de traumas producto de una relación sádica de parte de  su madre, angustiado por tener que lidiar con dos hijos altaneros y una hermana que más se parece a la primera Conni Corleone: drogadicta, adicta al sexo y celopata. Un mafioso que no le hace asco al tráfico de drogas y a empaparse de putas y alcohol. Un César que come y comparte con sus soldados.



Filmada de manera magistral, con guiones en los cuales cada personaje por cada capítulo era trabajado de manera especial, con música puesta al servicio de cada episodio y no al revés, la serie se transformó en todo un ícono del bien hacer tras una cámara. Norman Mailer, antes de morir, llegó a decir que Los Sopranos “era la gran novela norteamericana contemporánea”. Luego llegaría The Wire, en el mismo canal, donde novelistas como Richard Price estaban detrás de cada dialogo. Una serie de acción con una profundidad digna de una novela rusa.
Y sin aburrir, conste.

HBO destinó después tiempo a grandes producciones de época, sin duda de gran calidad, pero no logró repetir la magnitud de lo proyectado por la serie de gánsters de New Jersey ni la gran novela policial de Baltimore.
De ahí dos pequeñas cadenas del cable toman la posta. Primero fue Showtime con la provocadora “Weeds”, donde la eterna Mary Louise Parker se transforma en una emprendedora algo sui generis. A la inesperada muerte de su marido, decide como una forma de mantener el status ABC1, venderles marihuana a los conocidos y amigos del finado. Un éxito de audiencia en medio de la tormenta metodista de Bush Junior, es a lo menos algo paradojal.
La próxima apuesta de esta cadena sería “Dexter”, donde el encargado de las muestras de sangre de la policía de Miami, es en realidad un asesino en serie, que descarga sus instintos en aquellos victimarios de crímenes atroces que logran evadir a la justicia. Al revés de Weeds, la serie protagonizada por Michael C. Hall (el diacono gay de Six Feet Under) va creciendo temporada tras temporada. A lo menos en cuanto a intensidad y acción.
Finalmente llegamos al zenit del virtuosismo creativo en la tevé actual. De mano de una pequeña cadena de iniciales AMC, con menos recursos de lo imaginado, y con ambición, apostó por dos de las más premiadas y difíciles series jamás hechas.



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