Hace ya varios lustros que el mainstream norteamericano
tiró la toalla en cuanto a vender contenidos en el cine. Desde la oleada de
directores, guionistas o fotógrafos exiliados del viejo continente durante la década del 30 y del 40, que
nutrieron a Hollywood de un brillo virtuoso que combinaba espectáculo con
historias y personajes en un esplendor lúcido difícilmente repetible. Una
simbiosis seria y elegante, que regaló obras que son la biblia actual para
cualquiera que se acerca tímidamente al séptimo arte.
Esta decadencia se vio interrumpida durante la década de
los 70’s, cuando un puñado de directores, (Scorsese, Coppola, De Palma)
influenciados por el aire renovador de la novelle vague francesa, deciden
romper algunos esquemas censuradores establecidos por el código hayes post
guerra y nos regalan algunos de las mejores piezas del cine contemporáneo, como
el Padrino, Taxi Driver o El Francotirador.
De ahí en más, el cine comercial gringo se fue a un
desfiladero acorde con las políticas conservadoras imperantes, donde los
guiones penaban en pobreza. Flora y nata para entretenimiento cortesía de los
Stallone, los Van Damme o de un austríaco republicano que hoy oficia de
gobernador.
Para no ser injustos con un cine de acción de calidad que
se hizo en aquellos años (Walter Hill o John McTierman merecen un mejor trato),
lo que vino después, es de una tragedia supina. Hollywood es hoy una fábrica de
películas que nacen de video juegos, y por sobre todo de remakes. Un hervidero
atosigante de remakes. Si hasta el bueno de Werner Herzog cayó en esa trampa de
dólares con resultados innecesarios. Y en este mundo cinematográfico comercial,
dos son los zombies que comen cerebros por miles: Michael Bay y Jerry Bruckheimer.
Por suerte, no todo es una nube negra de tonteras en las
tierras del tío Sam. Para pensar que la desidia intelectual gringa no es una
marca registrada, la televisión de ese país ha sacado la cara por historias con
contenido. Más específicamente, la televisión por cable.
Sabido es que las grandes cadenas de USA explotan las
sitcom para atraer al cada vez más esquivo espectador, sujeto a la oferta que
da internet, y eventualmente sorprenden con algún producto “diferente”, como es
el caso de Lost, 24 o Prison Break.
Pero es en la televisión pagada donde las muestras de que
las buenas ideas y los grandes artesanos, solo estaban aguardando su momento.
Fue HBO con Los
Sopranos la que dió el primer golpe. Si en la novela de Mario Puzo, el capo
de la familia Corleone, Vito, se mostraba como un ser omnipresente, sabio,
astuto y brutal, en la serie creada por David Chase, su protagonista, Tony
Soprano es en cambio, un Don con
crisis de pánico, lleno de traumas producto de una relación sádica de parte
de su madre, angustiado por tener que
lidiar con dos hijos altaneros y una hermana que más se parece a la primera
Conni Corleone: drogadicta, adicta al sexo y celopata. Un mafioso que no le
hace asco al tráfico de drogas y a empaparse de putas y alcohol. Un César que
come y comparte con sus soldados.
Filmada de manera magistral, con guiones en los cuales
cada personaje por cada capítulo era trabajado de manera especial, con música
puesta al servicio de cada episodio y no al revés, la serie se transformó en
todo un ícono del bien hacer tras una cámara. Norman Mailer, antes de morir,
llegó a decir que Los Sopranos “era la
gran novela norteamericana contemporánea”. Luego llegaría The Wire, en el
mismo canal, donde novelistas como Richard Price estaban detrás de cada
dialogo. Una serie de acción con una profundidad digna de una novela rusa.
Y
sin aburrir, conste.
HBO destinó después tiempo a grandes producciones de
época, sin duda de gran calidad, pero no logró repetir la magnitud de lo
proyectado por la serie de gánsters de New Jersey ni la gran novela policial de
Baltimore.
De ahí dos pequeñas cadenas del cable toman la posta.
Primero fue Showtime con la
provocadora “Weeds”, donde la eterna
Mary Louise Parker se transforma en una emprendedora algo sui generis. A la
inesperada muerte de su marido, decide como una forma de mantener el status
ABC1, venderles marihuana a los conocidos y amigos del finado. Un éxito de
audiencia en medio de la tormenta metodista de Bush Junior, es a lo menos algo
paradojal.
La próxima apuesta de esta cadena sería “Dexter”, donde el encargado de las
muestras de sangre de la policía de Miami, es en realidad un asesino en serie,
que descarga sus instintos en aquellos victimarios de crímenes atroces que
logran evadir a la justicia. Al revés de Weeds, la serie protagonizada por
Michael C. Hall (el diacono gay de Six Feet Under) va creciendo temporada tras
temporada. A lo menos en cuanto a intensidad y acción.
Finalmente llegamos al zenit del virtuosismo creativo en
la tevé actual. De mano de una pequeña cadena de iniciales AMC, con menos
recursos de lo imaginado, y con ambición, apostó por dos de las más premiadas y
difíciles series jamás hechas.